Por aquel tiempo cursé en Zamora cinco cursos, estuve interna en un colegio de monjas y el fin de semana lo pasaba en casa con la familia. En ese colegio no había tanta humedad y eso era bueno para mi. Mi hermana mayor me contaba que se subía a la tapìa del colegio para poder verme, pero yo no lo recuerdo. Lo mejor de ese colegio era aquel grandioso patio lleno de árboles donde salíamos a jugar todos los días. Nos gustaba a mis compañeros y a mi tirar piedras a los árboles a ver si caía alguna flor blanca, que nosotros llamábamos pampanitos, eran dulces, olorosas, suaves y se podían comer.
Estaba prohíbido hacer eso y tuve la mala fortuna que a una niña le callera la piedra en la cabeza y le hice un "pitera" que sangraba mucho. Yo me asusté y las monjas me castigaron sin salir al patio, con lo que a mi me gustaba. Lo cierto es que eran un poco rígidas, no te pasaban ni una. Esto es lo que más recuerdo de aquella a época y que extrañaba a mis hermanos. Terminados esos cinco años regresamos a nuestra ciudad natal y allí si que nos establecimos para siempre.
Continuará...
Manuela García 02/06/2019
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