No retiramos a
nuestra habitación a descansar primero y luego deshacer las maletas y organizar
nuestras cosas. Nos pusimos cómodos y a echamos una siesta de dos horas, que
bien nos sentó. Nos levantamos ligeros, colocamos la ropa en el armario como
pudimos, no era muy grande. Una parte de la ropa la dejé en mi maleta, las
fotografías que había en las paredes las dejamos porque alegraban y hacían de
decoración, Arreglamos las camas, antes, con ropa limpia que nos dejaron
encima. Se cambiaban una vez a la semana, junto a las toallas. Ahora faltaba ir
de compras, la comida, cada pareja se compraba la suya. Teníamos la nevera
en común, el microondas y la lavadora que la haríamos por turnos, además del
baño-wc y por supuesto nos dieron las llaves de nuestra habitación para candar
cuando marchásemos, se miraba mucho que no faltasen cosas.
El paisaje era
seco y el clima húmedo, cerca había comercios en este pequeño pueblo, San
Fernando. Eran como colmados, habían bares, algún restaurante, todo muy básico,
la sequedad del paisaje era lo más llamativo, pero había unos cielos límpidos
azulados si una solo nube, preciosos. Al ser una isla, los pueblos de alrededor
estaban a 20 o 30 kms había transporte público pero tardaba mucho en venir. A
lo mejor podíamos alquilar un ciclomotor, yo tenía carné desde los dieciocho
años, no lo había usado nunca a lo mejor era el momento para desplazarse con
libertad ya que con el B1 te daban la licencia de ciclomotor. Roberto no tenía
carné todavía. Compramos lo básico y de paso a la cantina a tomar algo y
saludar a nuestros vecinos, ya que era pocos a parte de los trabajadores del
hotel.
Manuela García 05/10/2019
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