Llegamos a San
Fernando, nunca había montado en una moto y menos de paquete. Me agarré fuerte
a Roberto, pues la moto era un poco inestable aunque la sensación de libertad
era agradable, cuando fuera yo la conductora la sentiría más. Parecía que iba
perfectamente .Se la enseñamos a los amigos que comentaron que fue una buena
idea e inversión, además indispensable en una isla como Formentera. Roberto me
enseñó donde estaba el pedal y el freno, las marchas estaban en los manillares,
practiqué un poco en la parte de los apartamentos, pesaba un poco, él estaba
pendiente de mí dándome indicaciones. Aunque era mejor practicar en la calzada,
se montó conmigo de paquete, dos personas había que guardar más el equilibrio
y sobre todo aprender bien el manejo de pedales y manillares, yo tenía
tendencia a confundir la derecha con la izquierda.
Acabó la clase
por hoy, mañana iríamos a Es Pujols de nuevo pero a buscar trabajo, tendría que
esperar a Roberto para ir juntos mientras yo me hacía con la moto y pudiera
desenvolverme sola. Poco a poco le iba cogiendo el tranquillo y me sentía más
segura A parte de buscar trabajo algún día íbamos a la playa, que estaba
enfrente del hotel dónde trabajaba Roberto. Iba en autobús más o menos a la
hora que él salía y ya nos quedábamos allí un par de horas tomando el sol y a
nadar. Cuando vi el agua del mar, nunca lo había visto de verdad, ya sabéis que
mis padres no me dejaban salir ni de vacaciones, ni camping... era cristalina,
limpia, se veía el fondo y hasta había pececillos que nadaban entre tus
piernas, allí tenías que ir caminando un rato para que el agua te cubriera, la
temperatura un poco fría y el paisaje espectacular, había pinares por todas
partes, altos y frondosos. Te podías hasta dormir una siesta a la sombra con tu
toalla y los cielos despejados, azules. La visión general me dejó traspuesta,
parecía el paraíso.
Continuará...
Manuela García 04/11/2019
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