Todo seguía igual, Roberto trabajando, yo buscando. Había pasado ya
un mes y el dinero que traje se iba consumiendo, era primordíal encontrarlo
pronto, no quería tener que volver a casa, como dicen, con el rabo entre las
piernas. Estábamos en mayo ya no hacía tanto viento, allí a veces aparecía y no
se iba en días pasando a ser molesto. En Formentera se encontraba el Faro de la
Mola, situado en el filo de un acantilado, a 120 metros sobre el mar y unas
vistas privilegiadas. Se había convertido en uno de los mayores atractivos de
la isla , se podía contemplar desde allí como aparece el sol sobre el mar. A mi
me hacia mucha ilusión ir. En un día de fiesta que tuvo Roberto, decidimos ir
los dos en la moto, La conducía yo y él de paquete. Me había dicho que había
muchas curvas hasta llegar allí y había que ir con mucho cuidado pues eran muy
cerradas. Bueno, yo era precavida, no solía arriesgarme en carretera. Cogimos
el camino hacia el hotel ya que la carretera era con pocas curvas y el faro,
además estaba aún más lejos. Ya comenzaron, menudas curvas de sinuosas y
seguidas, las cogía con tranquilidad y despacio. Poco a poco se fue acercando
el faro suspendido casi del acantilado y por fin respiré tranquila. Estábamos
allí arriba en el Faro del Fin del Mundo.
Continuará...
Manuela
García Cano 05/12/2019
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