Foto de juventud, Manuela.
Acabo de
descubrir que no conozco a mi propia familia. Por circunstancias estoy
reescribiendo un manuscrito, de momento está en pañales, pero lleno de
realidad, verdad, que no conocía viviendo en la casa familiar y juntos durante
23 años, toda la infancia y la adolescencia.
Como imperaba el miedo y por lo
tanto los silencios, no se hablaba de nada. Intentaban mis hermanos protegerme
y protegerse, todos o al menos los mayores no queríamos que llegase la
hora de volver a casa, al infierno. Trabajábamos por imposición,
muchos con apenas catorce años, muchas bocas que alimentar.
Por lo tanto, no
éramos una familia, todos nos escondíamos, los secretos, lo no dicho, los malos
tratos guardados en el baúl del corazón. Cada cual, con su pena y sus
experiencias propias, pero no compartidas. Era tanto el dolor que
sentíamos, que se fue haciendo roca, para hacernos más fuertes, alguno no pudo
con la carga, pero ahora de mayores, ya cada uno en su casa, parece que una
rendija cedió y salieron del baúl de las ofensas guardadas para no llevar esa
carga y con el tiempo compartirla.
Resulta, ahora lo sé, que hacía
lo propio conmigo, pero con nivel superior, para hacerme fuerte, pero eso no
funciona igual en todas las personas. Dije en mi segunda oportunidad, que ella
no merecía mi sacrificio. Por mi parte comprendí que nadie merece llevarse una
vida por delante. Era aún más fuerte, pues no sentir nada, me asustó. Eso me
dio fuerzas para continuar y enfrentarme a todo, ser la mejor, aunque los
maestros hicieron su aparición para enseñarme más cosas.
Manuela García Cano
Escrita en el primer trimestre de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario